martes, 8 de noviembre de 2011

Las mejores intenciones

Texto: G.Wyman. Fotos: Laszlo E.



 


El ejemplo de acceso fulgurante a la profesión más llamativo de la última hornada de arquitectos madrileños: un concurso internacional de gran envergadura ganado por un estudio local, pequeño, desconocido… aquello fue una ventana a la esperanza.

Años después no se puede hablar exactamente de bluff —los componentes de aquel estudio están asentados en la clase media de la profesión— pero tampoco se han cumplido las predicciones mesiánicas que muchos aventuraron. Transcurrido el tiempo suficiente para construir una opinión desprejuiciada, hoy se puede hablar de un proyecto fallido que ilustra muy bien una de las realidades incómodas de la arquitectura de nuestros días.




La arquitectura es un arte visual antes que de reflexión, concretamente de belleza visual, donde las promesas —visuales— han terminado por nublar nuestro juicio (siempre ha sido así y continuará de la misma manera, tampoco hay que lacerarse). La novedad, en progresiva y agresiva evolución, es el acceso generalizado a los medios capaces de producir cada vez mejores anticipaciones. Cualquiera con conocimientos en ciertas aplicaciones puede conseguir desde su ordenador una representación virtual perfecta de un proyecto arquitectónico. Algunos se preguntan si el verbo a conjugar es poder o deber.


Pues sí, se debe: ¿por qué renunciar a una herramienta de semejante capacidad? Lo que debería instaurarse en paralelo con su empleo es el sentido crítico para interpretarlo, decodificarlo y asimilarlo a nuestro mundo tóxico, inevitable y contingente. Es decir, proceder del mismo modo que cuando miramos una revista de moda con modelos imposibles, vemos anuncios de yogures con bífidus mágicos o compramos un billete de avión a Tokyo por 10 euros sabiendo que los otros 990 están en las tasas.

Espontáneo indignado: La pregunta, queridos miembros de reconocido prestigio que saturáis los jurados de los concursos, es por qué (cojones) siempre os quedáis extasiados delante de maravillas inverosímiles que sólo están al alcance de un stararchitect (ojo, no por capacidad, sino porque los financiadores se enternecen más con ellos. Es decir, que si ellos dibujan un voladizo de 20 metros, lo construyen, pero si lo dibujas tú, terminará con 5 pilares intermedios).




Ya lo dijo Federico Soriano: “Quien se arriesga en los concursos es el jurado. Quien sale juzgado del concurso es el propio jurado.”

El Monumento a las víctimas de los atentados del 11 de Marzo en Madrid es un ejemplo perfecto de esta reflexión. La poética propuesta del concurso justificaba plenamente el primer premio, era un proyecto apabullante; el resultado construido roza lo mediocre. Materializar lo del concurso está a la altura de muy pocos, pero construir el actual monumento no requiere brillantez.

Espontáneo indignado: La pregunta, queridos miembros de reconocido prestigio que saturáis los jurados de los concursos, es si habríais premiado un proyecto que representara fidedignamente el resultado final.

La respuesta es NO.




La linterna ya no es el cuerpo blando, alegórico, de los dibujos del concurso sino un vulgar cilindro. Y un cilindro sólo es vulgar cuando previamente se rechaza por otra “forma libre, […] irregular”. Tampoco es la presencia evanescente, mágica, de los dibujos del concurso sino una masa sólida y contundente. Y sucia. ¿Será por ello que la incidencia de la luz en el interior no produce esos dramáticos degradados que tanto nos gustaban en las infografías?

De quién es la responsabilidad, esa es la clave. Los arquitectos no pueden obviar unas técnicas que mejoran su trabajo, es como pedirle al médico que prescinda del TAC. El empleo de estas herramientas posibilita una arquitectura que de otra manera sería inalcanzable y, de hecho, los dibujos premiados de este concurso merecen ser recordados como una figuración importante. Sin embargo debe existir alguien con criterio para evaluar estos nuevos registros visuales de manera sensata, alguien capaz de traducir la voluntad a realidad.

La arquitectura no es sólo intención.



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