miércoles, 30 de noviembre de 2011

Saciedad ilimitada

Texto: G.Wyman. Fotos: Laszlo E.
 



Lo malo de colaborar en un blog subvencionado y cobrar 4.500 euros —por cabeza— por artículo publicado, como nos sucede a Laszlo y a mí aquí, es que a veces hay que cumplir objetivos de planificación y tocar temas periféricos a nuestro programa. Por fortuna, no es el caso de este post, que haríamos con el mismo interés y cuidado aunque fuese gratis.

Sin embargo, precisamente en ese hueco está instalado el presente: entre lo amateur y lo empresarial.

Cuando uno piensa en El Corte Inglés®, no se imagina a la mayor empresa de arquitectura del país, sino a esos almacenes que lo mismo te venden un torero de porcelana que un abrigo de visón… y en la sección de señoras aproveche los últimos días de oro ¡tres bragas por un euro! Pero uno está equivocado porque, efectivamente, El Corte Inglés® es la empresa no constructora que más metros cuadrados edifica en España. Tiene su propio departamento de arquitectura (ejem), delegaciones de todas las grandes constructoras del país ofertando para ellos, un desarrollo específico y a medida del programa de CAD Micro Station®, línea directa con los despachos de los alcald… en fin, esto era un blog subvencionado ¿recuerdan?, queremos que continúe siéndolo.




La labor constructora de El Corte Inglés® representa en España® el modelo de las grandes corporaciones cuyo objeto social es la arquitectura (ejem), más frecuente en otros países. Hay que admitir que aquí vivíamos una ficción de pequeños estudios artesanales sin proyección comercial que perduraban, mitad pundonor mitad por una coyuntura extraña y un tanto aislacionista, en un panorama de utopía profesional. Pero poco a poco los grandes trasatlánticos de la arquitectura (ejem, ejem) están empezando a atracar en nuestros puertos y a atracar nuestros intereses.

El dilema no resuelto es si estas corporaciones son capaces de construir arquitectura de verdad, algo que, paradójicamente, solían suministrar los pequeños estudios.

Un duelo entre estos dos púgiles desiguales puede presenciarse en Madrid, en la plaza-aparcamiento de la esquina de Raimundo Fdz. Villaverde y Castellana.

En un extremo: la Torre BBVA, de Sáenz de Oiza.
Encarnación del modelo profesional de ayer, el artesano heroico en lucha contra los elementos, preocupado por materializar su concepción del trabajo de arquitecto. Una obra personalista, preocupada por el detalle, interesada en ofrecer su reflexión de la disciplina. Un ejemplo de arquitectura, en definitiva.

vs

En el otro extremo: la nueva Torre de El Corte Inglés®.
El modelo de la gran franquicia global que construye contenedores sin pensar más allá del cumplimiento de unos principios burocráticos. Decisiones adoptadas en el despacho equivocado. Consejos de Dirección a cargo de edificios. Obras convertidas en cronogramas de colores y hojas de Excel®. Visitas de obra por Power Point®. Edificabilidades multiplicadas milagrosamente y licencias de ocupación obtenidas sin finalizar la construcción. En fin, disciplina mercantil.





La distancia entre este engendro y otras obras de verdad como los Laboratorios Johnson Wax (Frank Lloyd Wright), el Edificio Chrysler (William Van Alen) o el Epicentro Prada Aoyama (Herzog & De Meuron) es la que existe entre contratar a un profesional independiente con una mirada personal y ajena a las contingencias del cliente, ideas con sustancia y planteamientos propios de la arquitectura… o extraer el proyecto de las entrañas grises y burocráticas de la propia corporación.

Pero en este caso, que se pretendía fidelidad a la imagen de marca, el trabajo es más que satisfactorio y las señas de identidad de la caspa casa, están muy logradas.



jueves, 24 de noviembre de 2011

Fuera de servicio

Texto: G.Wyman. Fotos: "old" Laszlo E.

 

Se fecha en 1854 la aparición del ascensor moderno tal como lo concebimos hoy, de la mano de Otis. Más de 150 años después permanece como un acontecimiento en cada edificio, a pesar de haber perdido ya el aura de ingenio. Su papel para capacitar resulta indispensable y, muestra de ello, nada de lo que se construye hoy prescinde de su servicio.

En el tiempo triunfal de la tecnología y la ingeniería el ascensor representó el progreso, y su concurso fue definitivo para posibilitar nuevos tipos edificatorios como el rascacielos. Las arquitecturas funcionalistas de principios del siglo XX lo adoptaron con gusto pues ayudaba a reforzar su credo, y llegó para quedarse. Primero formando pareja con la escalera —y después sustituyéndola— se apropió de la médula del edificio, su baricentro de comunicación: toda la planta se organizaba para el ascensor. Los años terminaron por asimilarlo como un ingrediente más del edificio, sin un estatus especial pero como una presencia ineludible. Y hoy ya nadie repara en él a la hora de proyectar, aunque curiosamente es lo primero por lo que pregunta el usuario y su avería lo que más quejas desata.




La época que se resiste a desaparecer está más preocupada por otros conceptos semánticos de la arquitectura expresados exclusivamente por su envoltura: todos los valores condensados en su corteza (silueta y cerramiento). El aprecio excesivo por las ocurrencias, disparates en muchos casos, por proponer la última novedad en este sentido ha dejado desatendido antiguos episodios de interés (tan nimios como… ¡todo el interior del edificio!) en los que no se ha progresado casi.

Edificios como globos; nadie se preocupa por el gas que los rellena, sólo por sus formas y colores. Rem Koolhaas: «La arquitectura actual es demasiado exuberante y extravagante. Me parece que en los últimos 4 o 5 años hay un carácter exagerado en la arquitectura, así que [ahora] estoy intentando centrarme más en su “performance” que en su forma».




Pero ¿qué sucede cuando las promesas de un edificio de hoy no recaban más que la indiferencia; cuando un artilugio de hace 150 años roba todo el protagonismo a esta arquitectura, la del espectáculo?

Hablamos del Museo Reina Sofía. Tras 20 años de funcionamiento sus ascensores panorámicos todavía constituyen la mayor atracción para el público, por delante de las propias exposiciones, la colección, el Guernica y (por supuesto) la ampliación de Jean Nouvel.




Y lo que despierta ese aprecio es la propia experiencia de viajar en ellos. Cualquiera puede comprobar que los rostros y expresiones emocionadas de los que suben y bajan flotando raudos en su interior no tiene equivalencia frente a ninguna pieza de las exposiciones. Es una emoción primaria, instintiva, mucho más intensa que cualquier otra filtrada por el conocimiento. Y he ahí la grandeza de este elemento del museo: su valor está ligado precisamente al desempeño más banal que puede existir, pura función, la comunicación entre plantas. Un servicio, en definitiva.

Sí, los ascensores. Después de 20 años. Tras la imparable evolución de la construcción y el progreso de la tecnología, los ascensores. Cuando ya hemos conocido ejemplos más sofisticados, soluciones más avanzadas... todavía los ascensores. En ocasiones, lo más llamativo no responde a fórmulas de invención, sino a sencillos mecanismos bien elegidos. Un niño se divierte más con la pelota de papel arrugada que con el sofisticado juguete que envolvía. Rafael Moneo: «Que la invención deba ser el interés primero de un proyecto de arquitectura es poco menos que un axioma hoy».




Tal vez sea necio valorar exclusivamente la talla que tiene de original la arquitectura, puesto que no se aproxima a la realidad de nuestro mundo. O que hayamos jubilado demasiado pronto algunas inquietudes que todavía continúan muy presentes, aunque ya sólo como telón de fondo inevitable más que como cuerpo central del discurso.

Desempolvémoslas.

Nos adentramos en una época de nuevos valores, donde se recuperarán sendas que fueron desbrozadas pero que ha vuelto a ocultar la maleza.

Ya no es funcionalismo, es performance



martes, 8 de noviembre de 2011

Las mejores intenciones

Texto: G.Wyman. Fotos: Laszlo E.



 


El ejemplo de acceso fulgurante a la profesión más llamativo de la última hornada de arquitectos madrileños: un concurso internacional de gran envergadura ganado por un estudio local, pequeño, desconocido… aquello fue una ventana a la esperanza.

Años después no se puede hablar exactamente de bluff —los componentes de aquel estudio están asentados en la clase media de la profesión— pero tampoco se han cumplido las predicciones mesiánicas que muchos aventuraron. Transcurrido el tiempo suficiente para construir una opinión desprejuiciada, hoy se puede hablar de un proyecto fallido que ilustra muy bien una de las realidades incómodas de la arquitectura de nuestros días.




La arquitectura es un arte visual antes que de reflexión, concretamente de belleza visual, donde las promesas —visuales— han terminado por nublar nuestro juicio (siempre ha sido así y continuará de la misma manera, tampoco hay que lacerarse). La novedad, en progresiva y agresiva evolución, es el acceso generalizado a los medios capaces de producir cada vez mejores anticipaciones. Cualquiera con conocimientos en ciertas aplicaciones puede conseguir desde su ordenador una representación virtual perfecta de un proyecto arquitectónico. Algunos se preguntan si el verbo a conjugar es poder o deber.


Pues sí, se debe: ¿por qué renunciar a una herramienta de semejante capacidad? Lo que debería instaurarse en paralelo con su empleo es el sentido crítico para interpretarlo, decodificarlo y asimilarlo a nuestro mundo tóxico, inevitable y contingente. Es decir, proceder del mismo modo que cuando miramos una revista de moda con modelos imposibles, vemos anuncios de yogures con bífidus mágicos o compramos un billete de avión a Tokyo por 10 euros sabiendo que los otros 990 están en las tasas.

Espontáneo indignado: La pregunta, queridos miembros de reconocido prestigio que saturáis los jurados de los concursos, es por qué (cojones) siempre os quedáis extasiados delante de maravillas inverosímiles que sólo están al alcance de un stararchitect (ojo, no por capacidad, sino porque los financiadores se enternecen más con ellos. Es decir, que si ellos dibujan un voladizo de 20 metros, lo construyen, pero si lo dibujas tú, terminará con 5 pilares intermedios).




Ya lo dijo Federico Soriano: “Quien se arriesga en los concursos es el jurado. Quien sale juzgado del concurso es el propio jurado.”

El Monumento a las víctimas de los atentados del 11 de Marzo en Madrid es un ejemplo perfecto de esta reflexión. La poética propuesta del concurso justificaba plenamente el primer premio, era un proyecto apabullante; el resultado construido roza lo mediocre. Materializar lo del concurso está a la altura de muy pocos, pero construir el actual monumento no requiere brillantez.

Espontáneo indignado: La pregunta, queridos miembros de reconocido prestigio que saturáis los jurados de los concursos, es si habríais premiado un proyecto que representara fidedignamente el resultado final.

La respuesta es NO.




La linterna ya no es el cuerpo blando, alegórico, de los dibujos del concurso sino un vulgar cilindro. Y un cilindro sólo es vulgar cuando previamente se rechaza por otra “forma libre, […] irregular”. Tampoco es la presencia evanescente, mágica, de los dibujos del concurso sino una masa sólida y contundente. Y sucia. ¿Será por ello que la incidencia de la luz en el interior no produce esos dramáticos degradados que tanto nos gustaban en las infografías?

De quién es la responsabilidad, esa es la clave. Los arquitectos no pueden obviar unas técnicas que mejoran su trabajo, es como pedirle al médico que prescinda del TAC. El empleo de estas herramientas posibilita una arquitectura que de otra manera sería inalcanzable y, de hecho, los dibujos premiados de este concurso merecen ser recordados como una figuración importante. Sin embargo debe existir alguien con criterio para evaluar estos nuevos registros visuales de manera sensata, alguien capaz de traducir la voluntad a realidad.

La arquitectura no es sólo intención.