jueves, 24 de noviembre de 2011

Fuera de servicio

Texto: G.Wyman. Fotos: "old" Laszlo E.

 

Se fecha en 1854 la aparición del ascensor moderno tal como lo concebimos hoy, de la mano de Otis. Más de 150 años después permanece como un acontecimiento en cada edificio, a pesar de haber perdido ya el aura de ingenio. Su papel para capacitar resulta indispensable y, muestra de ello, nada de lo que se construye hoy prescinde de su servicio.

En el tiempo triunfal de la tecnología y la ingeniería el ascensor representó el progreso, y su concurso fue definitivo para posibilitar nuevos tipos edificatorios como el rascacielos. Las arquitecturas funcionalistas de principios del siglo XX lo adoptaron con gusto pues ayudaba a reforzar su credo, y llegó para quedarse. Primero formando pareja con la escalera —y después sustituyéndola— se apropió de la médula del edificio, su baricentro de comunicación: toda la planta se organizaba para el ascensor. Los años terminaron por asimilarlo como un ingrediente más del edificio, sin un estatus especial pero como una presencia ineludible. Y hoy ya nadie repara en él a la hora de proyectar, aunque curiosamente es lo primero por lo que pregunta el usuario y su avería lo que más quejas desata.




La época que se resiste a desaparecer está más preocupada por otros conceptos semánticos de la arquitectura expresados exclusivamente por su envoltura: todos los valores condensados en su corteza (silueta y cerramiento). El aprecio excesivo por las ocurrencias, disparates en muchos casos, por proponer la última novedad en este sentido ha dejado desatendido antiguos episodios de interés (tan nimios como… ¡todo el interior del edificio!) en los que no se ha progresado casi.

Edificios como globos; nadie se preocupa por el gas que los rellena, sólo por sus formas y colores. Rem Koolhaas: «La arquitectura actual es demasiado exuberante y extravagante. Me parece que en los últimos 4 o 5 años hay un carácter exagerado en la arquitectura, así que [ahora] estoy intentando centrarme más en su “performance” que en su forma».




Pero ¿qué sucede cuando las promesas de un edificio de hoy no recaban más que la indiferencia; cuando un artilugio de hace 150 años roba todo el protagonismo a esta arquitectura, la del espectáculo?

Hablamos del Museo Reina Sofía. Tras 20 años de funcionamiento sus ascensores panorámicos todavía constituyen la mayor atracción para el público, por delante de las propias exposiciones, la colección, el Guernica y (por supuesto) la ampliación de Jean Nouvel.




Y lo que despierta ese aprecio es la propia experiencia de viajar en ellos. Cualquiera puede comprobar que los rostros y expresiones emocionadas de los que suben y bajan flotando raudos en su interior no tiene equivalencia frente a ninguna pieza de las exposiciones. Es una emoción primaria, instintiva, mucho más intensa que cualquier otra filtrada por el conocimiento. Y he ahí la grandeza de este elemento del museo: su valor está ligado precisamente al desempeño más banal que puede existir, pura función, la comunicación entre plantas. Un servicio, en definitiva.

Sí, los ascensores. Después de 20 años. Tras la imparable evolución de la construcción y el progreso de la tecnología, los ascensores. Cuando ya hemos conocido ejemplos más sofisticados, soluciones más avanzadas... todavía los ascensores. En ocasiones, lo más llamativo no responde a fórmulas de invención, sino a sencillos mecanismos bien elegidos. Un niño se divierte más con la pelota de papel arrugada que con el sofisticado juguete que envolvía. Rafael Moneo: «Que la invención deba ser el interés primero de un proyecto de arquitectura es poco menos que un axioma hoy».




Tal vez sea necio valorar exclusivamente la talla que tiene de original la arquitectura, puesto que no se aproxima a la realidad de nuestro mundo. O que hayamos jubilado demasiado pronto algunas inquietudes que todavía continúan muy presentes, aunque ya sólo como telón de fondo inevitable más que como cuerpo central del discurso.

Desempolvémoslas.

Nos adentramos en una época de nuevos valores, donde se recuperarán sendas que fueron desbrozadas pero que ha vuelto a ocultar la maleza.

Ya no es funcionalismo, es performance



1 comentario:

  1. No entiendo mucho de Arquitectura pero sin duda que el ascensor ha sido un gran invento y en ocasiones como veo en las fotos reclamo de mucha atención. Enhorabuena Laszlo y compañía por el blog que es interesante y las fotos que imagino que son vuestras están muy bien. Así pues...que sepáis que os leo!!!. Un saludo.

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