martes, 20 de marzo de 2012

Brothers in arms

Texto: G.Wyman. Fotos: Laszlo E.
 

Demasiado tarde para rendirse.

El eslogan no es nuestro, lo encontramos escrito sobre la pared descascarillada y marcada por orines de perro que tapiaba un solar lleno de jeringuillas en el barrio más desapacible de la ciudad. En este paisaje, que puede confundirse con el estado de nuestra profesión, la sentencia rescata lo que todavía merece la pena.


Y existe mucho que todavía la merece, por más que algunos se empeñen en certificar su muerte as we know it y no paren de adjudicar al prójimo destinos en el extranjero a los que no irían ni de vacaciones pagadas; esos que arraigaron en las arenas de la arquitectura antes de que se volvieran movedizas, y han hundido sus raíces para sujetarse ante el hundimiento; esos que no quieren compartir el alimento, que pretenden convencernos de que no queda agua para los demás, alimentando con su actitud egoísta una generación de jóvenes airados. Generación es la palabra, y si vamos a convertir esto en una lucha generacional —no nos dejan otra alternativa— pongámosle banda sonora:


Ellos

Son el establishment, los que detentaban las posiciones de poder antes y durante el naufragio (nuestros particulares Schettino, para entendernos). Toda esa gerontocracia inútil e incapaz de nada más que balbucear y lloriquear, que corre a asumir responsabilidades por los males presentes en nombre de un colectivo que de ninguna manera las tiene, obviando su verdadera naturaleza individual (culpables son quienes se aprovecharon —el símbolo € refulgiendo en su pupila—, los que conducían la diligencia —al precipicio—; pero no todos, no los demás). Si quieren redimirse y predicar, que lo hagan a título personal y con el ejemplo: que se vayan, que se inmolen por el bien de nuestra especie.

Te dirán que tienen la solución. Apocalípticos o integrados, pretenderán que sigas la melodía de su flauta hasta que descubras sin remedio que andas perdido desde el momento en que te desviaste del camino sensato: el tuyo.

Unos, puros nihilistas, nublan el cielo con su discurso cenizo. Son los que publican incesantes artículos y editoriales conminándote a que abandones el país, anunciándote que te están esperando como al mesías en ultramar gracias a una preparación envidiable, que casualmente ellos te han dispensado. Pura propaganda para ocultar las verdaderas intenciones.




Otros, en plena euforia postcoital, te animan «¡a que emprendas!», «¡a que te reinventes!», sin saber tú bien qué demonios es todo eso. Y te levantas todas las mañanas dejando manojos de pelo en la almohada, con el sabor de la ansiedad en la boca, preguntándote mientras te duchas si te estás reinventando lo suficiente, si ya emprendes, y te enjabonas muy fuerte por si acaso tienes el pasado aún prendido al cuerpo. Pura propaganda para ocultar las verdaderas intenciones. Crueles intenciones.




Intenciones de seguir ordeñando la ubre del poder sin compartirla, de quitarse una competencia que reconocen mejor por el viejo método de asfixiarla antes de que represente una amenaza indomable. Intenciones de seguir controlando los centros de formación donde fomentan el estrellato, sin explicar que las únicas estrellas que vas a ver son las de tu propio trastazo contra la realidad. Intenciones de continuar gobernando los órganos de representación de los arquitectos y seguir contribuyendo a devaluar su imagen, a disminuir su influencia en el mercado, a sembrar la idea de su contingencia en la sociedad, a dilapidar su prestigio, sus bienes… hasta llegar al paroxismo de desposeer a un colectivo de su patrimonio sin consultarles siquiera, duplicarles durante dos años una cuota de afiliación ya de por sí astronómica (en proporción inversa a la cantidad y calidad de los servicios ofrecidos a cambio; se aceptan apuestas de cuántos años más va a durar). Y todo ello rematado con ese grito quinqui y afónico, desde un micrófono colocado en la última esquina del sótano de su nueva Costa Concordia: “esto a los arquitectos no nos ha costado un duro”.



Nosotros

Somos los recién llegados. Sin pasado, limpios. Los que no tenemos que compartir responsabilidades: nosotros podemos enderezar esta senda tortuosa. Queremos las mismas oportunidades, reclamamos el derecho a desarrollar una carrera profesional en unos términos sensatos y tradicionales.

No somos el enemigo en casa.

Pedimos poder competir por todos esos puestos que hoy son el privilegio exclusivo de algunos, de ellos. Una competición justa, que permita la coexistencia y equilibrio entre generaciones que siempre se ha producido. A ninguna le concedieron méritos sin esfuerzo, pero tampoco le taponaron impidiendo su desembarco. El mismo argumento que entonces utilizaban —lo nuevo—, deberían recordarlo hoy para dejar paso. No puede contenerse más el gas dentro de la botella, va a explotar.

Demasiado tarde para rendirse. No es resignación ni falsas esperanzas, es el arrebato de la rabia. Hemos alcanzado el punto de no retorno de la navegación aérea: ahora empieza la supervivencia. Ya sólo cabe improvisar, pero si hemos llegado hasta aquí, no nos retiramos. Después de haber aguantado tanto, la marcha no es una opción táctica, sólo un salvavidas ante el derrumbe. Ya no sirve la solución de esperar a que caigan los demás, una estrategia que se ha demostrado inútil: seguimos siendo demasiados. La consigna ha cambiado de «ganas si resistes» a «continúa para ganar»; la paciencia ya no es el arma, ahora lo es la acción.

Si así lo queréis, ¡en guardia!



miércoles, 22 de febrero de 2012

viernes, 3 de febrero de 2012

Juego de Tron(era)s

Texto: G.Wyman. Fotos: Laszlo E.
 


Afrontémoslo, empezamos a prestar atención a este proyecto sólo cuando se desató la polémica con la propuesta original y se la retiramos tan pronto desapareció. Sin embargo, recientemente ha regresado a la actualidad por la cantidad desproporcionada de premios recibidos, reclamando para sí un capítulo grotesco en el Juego de Tronos de nuestra tierra mítica, la arquitectura.

Ha sido inobjetable la capacidad de sus autores para transmutar una realidad definitivamente mediana en acontecimiento, pero más insólita todavía ha sido la loa unánime desatada por este traje transparente. Con mención especial —por colársela a toda la profesión— a la desacralización y el barniz democrático con que han teñido un encargo del todo elitista (400 € la habitación, 700 € la suite y 140 € el cubierto), mucho más exclusivo que las banalidades con las que Joaquín Torres se arrastra por todos los realities y sobremesas rosas… y eso sin cosechar su escarnio.

Pero el puesto de honor en este cuadro está reservado a la acogida lograda para un ejercicio indiferente, que empezó con un traspié y terminó dado la vuelta; rehabilitado frente al juicio severo que se suele reservar a todo resultado enfrentado a sus propias premisas. En este caso el proyecto original —tumbado por las comisiones de patrimonio devotas del inmovilismo urbano— estableció el rasero por el que iba a ser juzgado el proyecto en adelante.



En favor de los autores puede hablarse de modestia y astucia al adaptar el proyecto (si bien cierta sinestesia traicionera lo manifiesta como el capitán que abandona el naufragio dejándonos dentro). La propuesta original representaba una convincente estrategia de intervención en la ciudad histórica: sin resultar agresiva con el lugar, la Plaza de San Mateo; construida con sus mismos elementos, masa, huecos, sombras y tan sólo con un lenguaje de su tiempo —no tendría sentido otra cosa—. Para nuestro particular imaginario mitómano incluso mejoraba la fachada de León, dotándola de verdaderos argumentos más allá del alarde expresivo, puesto que en Cáceres de verdad cobraban sentido las troneras excavadas en la masa.



Ese rasero antes mencionado y una mayor sintonía con la primera propuesta nos ha supuesto escribir esta crónica a la contra, sin la merecida presunción de inocencia hacia el resultado final… Así que, como debe hacerse siempre que se enfanga un artículo, decidimos ventilar las ideas leyendo literatura de verdad: la crónica del Marca del último partido (acompañados de sendos cafés y buñuelos, nobleza obliga en semejante ambiente; 11 eurazos, por cierto).


…jugar el partido con un suplente de delantero centro porque la estrella está sancionada. El reserva es un viejo jugador del equipo que tuvo tiempos mejores, cuando no se llevaban los astros engominados y con un pendiente de brillante en la oreja, pero tantos años en el banquillo le han vuelto timorato. No se atreve a las filigranas del titular, lo hace todo pendiente de la grada, de su aprobación. El sustituto no quiere desentonar, su principal objetivo no es jugar bien, es no jugar mal. No cagarla.

Pero he aquí que el suplente nos descubre otra forma de participar: suave, correcta, fina, sin estridencias. Resolutiva. Un delantero dócil en el campo; un jugador educado que no se enfrenta al entrenador, que no reclama al árbitro, que no se tira. Que marca goles… No golazos.



La estrella crea la jugada entera, se la inventa de la nada, no requiere de otra fórmula que su genio. El suplente necesita al resto del equipo, a la estrategia del entrenador, el estado del campo, el despiste del árbitro y los linieres y el apoyo de los hinchas para conseguir una efectividad similar… aunque su desempeño nunca será igual.

Se puede ganar con el suplente, sí. Y sin embargo mañana regresará la estrella para quedarse el resto de la liga y volveremos a vibrar con su fútbol espectacular, su garra, sus florituras y nos olvidaremos del viejo reserva. Pero sin su concurso no se hubiera ganado la liga; el entrenador lo sabe y cuando todos bañen en champán al ídolo, él se acercará discretamente al viejo y le palmeará en la espalda, diciéndole al oído: Jugaste bien.




Ya es casi un eslogan que la arquitectura del consenso produce resultados mediocres. Y la terrible lección de este proyecto es que, para el público, la arquitectura se restringe a la fachada, no obstante los problemas terminaron en el mismo momento en que fue restituida.

Pero, ¿los problemas para quién?



martes, 17 de enero de 2012

Primicia

Texto: G.Wyman. Fotos: Laszlo E.
 





Fascina descubrir, dentro de la caudalosa corriente de información que todo lo arrastra, piezas inéditas. Cuando creíamos que absolutamente nada quedaba sin cartografiar por el radar de las comunicaciones de nuestros días —replicado por cada uno de nosotros, informadores inconscientes— todavía existe un territorio ignoto.

Así que vamos a conquistarlo, a desvirgarlo, para poner remedio a este despiste inexplicable.




La primicia consiste en un proyecto casi secreto, apenas una rehabilitación, que ha llevado a cabo en nuestro país la mundialmente famosa Zaha Hadid: una pasarela peatonal en una turística localidad del litoral mediterráneo. Un proyecto, no menor sino minúsculo, que incomprensiblemente nadie ha querido publicitar, ni la autora ni las autoridades municipales.

Sin embargo, todos los que a diario caminan por debajo o sobre este paso, merecen conocer su paternidad. Ellos patean, con desconocimiento e indiferencia, la materia que un día será objeto de veneración y documentación, tan pronto como se conozca su linaje.

Ocultos tras la vocación anónima de la obra, resulta curioso encontrar los tics y obsesiones frecuentes de la autora: similares materiales, formas, amaneramientos, etc., que hemos visto en sus más famosos ejercicios. ¿Es eso lo que se llama estilo? Bueno, esta pregunta es tan amplia que la resolveremos en otro post.