miércoles, 21 de diciembre de 2011

Arquitectura de temporada

Texto: G.Wyman. Fotos: Laszlo E.
 



Hoy empieza el invierno.

Un día tan frío merece un artículo estival. Igual que existe la canción del verano, también hay arquitectura del verano; la diferencia es que, mientras la primera es cargante e insustancial —La Barbacoa—, la segunda no tiene por qué serlo. Simplemente está enfocada a una estación en concreto, pensada para un periodo del año en el que luce mejor y con cuyo espíritu entona más, mientras que se abandona lánguidamente durante el resto del ciclo.

Dónde encontrarla, muy fácil: No importa lo que hagan por evitarlo, el Levante se verá siempre a través del filtro playero, especialmente para todos los foráneos. No se puede concebir allí otra arquitectura. Practicar una diferente sería un error, un atentado contra eso que se llama contexto, el tan mencionado entorno… Sólo es posible la Arquitectura de temporada.





Entonces ¿qué sucede allí el resto del año? Don’t ask, don’t tell. El Levante no existe si no es verano. No ES, si no bajo los rayos achicharrantes del sol, de la misma manera que tampoco hay Pirineos fuera del invierno. Lo que suceda en el exterior de ese paréntesis (o dentro) constituye un enigma, una paradoja, un oxímoron.

Las temporadas se concretan en colecciones, véase la moda textil: Arquitectura de manga corta, de sombrilla bajo el brazo y bolso de playa. De arena en las sandalias. Chiringuitos y cervezas. Y guiris.

¿Se lo imaginan hoy? Esperar aquí el tranvía, con el aire que debe de filtrarse por los agujeritos…

¡Qué frío!